Hace unos días se han cumplido 3 décadas desde el establecimiento del Mercado Único europeo el 1 de enero de 1993, que hacía realidad uno de los contenidos del Tratado de Maastrich (7/02/1992).
Entonces lo formaron doce países, incluida España. Hoy ese mercado abierto lo forman los 27 estados miembros de la Unión Europea más Islandia, Liechtenstein, Noruega, y Suiza que tiene acceso parcial.
No es poca cosa. Mucho menos para la logística y el transporte.
El mercado único europeo, permite que bienes, servicios, personas y capitales circulen libremente por la UE. Un territorio de 4,2 millones de km2, 2.400.000 km de carreteras, 70.000 km de costa y 1.200 puertos, al que esa libertad aporta más agilidad, más velocidad, más flexibilidad y mejores oportunidades para las empresas y las cadenas de suministro.
Y si cabía alguna duda de la bondad permanente para las economías europeas, aunque ahora nos parezca lo habitual, ahí están las trabas y problemas fronterizos burocráticos y operativos que ha ocasionado el Brexit.
La libertad (vocablo últimamente manoseado por los políticos), aplicada a la circulación de mercancías, es una de las esencias de la logística más eficaz, esa que permite que los bienes esté allí donde se demandan, al menor coste posible.
El mercado único, como señala la propia UE, es un bien común que beneficia a todos sus ciudadanos y debe preservarse, también para la logística y el transporte, con normas que aún adaptadas a nuevas realidades y protecciones (incluidas las laborales nacionales), no entorpezcan esa preciada LIBRE circulación.
