En mi trabajo estoy acostumbrado, y obligado, a escudriñar lo que ocurre en mi entorno profesional para descubrir qué pasará mañana, siempre atendiendo a lo que me cuentan los que saben, que son los actores protagonistas del sector logístico. Me pongo la túnica de amplias mangas y el picudo gorro de estrellas -como un nazareno, pero a cara descubierta- y cual pitoniso me enfrento a una bola de cristal en forma de notas, fragmentos, opiniones, estadísticas y un sinfín de otras fuentes, para concluir qué está pasando y qué pasará mañana.
Mi pregunta es recurrente ¿cómo ves la situación? y la respuesta suele venir acompañada igualmente de otra pregunta ¿y tú, que hablas con todos, cómo lo ves?
Pues lo veo bien, a juzgar por lo que me cuentan. Entre mediados de diciembre y finales de febrero he visto, hablado o visitado a numerosas empresas proveedoras el sector logístico y he compartido con sus directivos preguntas y reflexiones de esta guisa. Ya se sabe, somos animales de costumbres y el calendario nos dice cuando hacer cuentas, incluso si nuestro ejercicio económico-fiscal tiene otras fechas.
Ha sido -como cualquier otro final/principio de año- momento para el balance y el pronóstico; ocasión para vislumbrar lo que vendrá en lo inmediato y más allá; para cerrar algunas estadísticas; y para hacer eso que los economistas hacen a toro pasado, aventurarse a decir lo que nos espera, económicamente hablando.
Por eso lo veo bien. Porque las estadísticas, en el peor de los casos, no empeoran, valga por esta vez el retruécano; porque las opiniones son claramente optimistas; porque las empresas empiezan a recibir consultas sobre operaciones de manera sostenida; porque hay proyectos que son realidad y sólo necesitan -¡ay!- de la oportuna financiación; y porque mis fuentes me dicen que, precisamente, es casi inminente que los bancos comiencen a abrir el grifo crediticio.
Claro que también, ahora y aquí, está eso que llamamos la realidad o la maldita realidad y su imposición -que es mucho menos divertida que la ficción aunque la supere con frecuencia- y esa realidad me dice que las compañías vuelven a cercenar sus presupuestos de gasto; que se mueven con mucha dificultad; que no pagan cuando deben y apenas cuando pueden; y que muchas hacen esto no por falta de recursos, sino por exceso de cautela o directamente por miedo a lo que el otro día me calificaron como “este proceloso mar que transitamos”. Poético y borrascoso comentario.
Y así, resulta que el ánimo -un profesor de Economía me enseñó que lo peor que se puede introducir en un sistema económico es el desánimo o la incertidumbre- que es un poderoso aliado y las perspectivas, que son tanto como queramos que sean, de momento no se han impuesto. Pero el balón está en juego. Aún pintan bastos, que diría mi abuela. Y los hay que los pintan hasta 2017, al menos.
Yo, sin embargo, creo que la maldita realidad -la económica- no es más que una falacia y que el optimismo bien entendido y responsable puede cambiarla, ahora por ejemplo, sin esperar a que lo diga el FMI o Moody´s o al margen de lo que digan. Conocimiento y atrevimiento. Y es lo que saco de las empresas que me cuentan que cerraron bien o muy bien sus cuentas de 2013. Algo así como el funcionamiento de la economía italiana, entre las primeras de Europa y por delante de España, a pesar de que en 70 años ese país ha ¿tenido, sufrido? 68 gobiernos, el último constituido este mismo fin de semana. Y no pasa nada.
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