Había estado haciendo el mismo trabajo desde… siempre. Apenas recordaba otra cosa que no fuera esta. Siempre la misma tarea. Año tras año.
Estaba satisfecho del trabajo realizado. Y creía que los demás también lo estaban a tenor de las muestras de cariño que había recibido. Sobre todo últimamente.
Es más, como alguien le había dicho y aunque su cargo y responsabilidad sugiriera rigidez y lejanía, creía no equivocarse al pensar que a los más les caía bien. Que pocos –o muy pocos- podrían hablar mal de él.
Su trabajo no era sencillo. Siempre bien informado para actuar en consecuencia. Sabiendo de este o aquella. Y luego, decidir. Con sentido, ecuanimidad, pero también delicadeza. Sin mal gratuito.
Pronto todo eso sería pasado. Llegaba la hora del adiós y la despedida. No la esperaba porque nunca pensó seriamente en ella. Pero ahí estaba, inminente. Real.
Seguramente –pensaba- el “peso de la púrpura” durante tanto tiempo aconsejaba un relevo. Como tal lo asumía. Savia nueva sin dejar la vieja sabiduría. Ojalá el resultado estuviera en consonancia –deseó- aunque en realidad de esto estaba seguro.
Algunas cosas cambiarían. El modo de presentarse, por ejemplo; la imagen externa; y quizás algo más. Lo vería –si acaso- desde algún lugar más allá de la salida del sol.
El viejo de barba blanca se jubilaba. El primero de la lista. Quizás el más serio. Puede que el más regio y elegante.
Serían, desde luego, pero sin él en primer lugar ya no serían más Melchor, Gaspar y Baltasar.
Hasta siempre
Ricardo, ha sido un honor y un placer conocerte. Y has creado un estilo muy particular, se te va a echar mucho de menos por aquí. Un fuerte abrazo de parte de todos mis compañeros y compañeras de ULMA.