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¡Vade retro! Carretera

Por Ricardo J. Hernández

La Ley de Ordenación de los Transportes Terrestres en España (LOTT), la que explicitaba el término operador logístico y su actividad; la que actualizaba el concepto de transporte multimodal; la que suavizaba el régimen sancionador a los conductores; va a dormir el sueño de los justos. Al menos de momento. Y por una larga temporada. Amén del previsible cambio de color en el Gobierno.
A pesar de ser impulsada por el Ministerio de Fomento. A pesar de ser aprobada en Consejo de Ministros hace cuatro meses. El tiempo no es suficiente para que sus ajetreadas y mal pagadas señorías, sellen el trámite parlamentario antes de la disolución pre-electoral. Es decir que en total cinco meses no van a ser suficientes para que vea la luz. Comparando  con el sector privado y sus ritmos de trabajo, se le abren a uno las carnes. Bofetada uno.
Mientras tanto –casi simultáneamente- el  Consejo de Asuntos Generales de la Unión Europea ha aprobado, sin debate y con la sola oposición de España e Italia -dos países periféricos y especialmente tocados por la situación económica- la Propuesta de Directiva de la Euroviñeta, de acuerdo con el texto que ya había sido acordado con el Parlamento Europeo. Más cargas para la carretera -no tardarán en llegar al resto de la cadena, operadores, autónomos-, que no sabemos si suenan a chiste –por aquello de la viñeta- pero de humor negro. Otra bofetada al transporte y a la logística, sobre todo en España. Cuando más falta hacía.
Llamemos al pan, pan y al vino, pues eso, vino. La carretera y con ella los vehículos profesionales propulsados por combustibles fósiles sigue asumiendo la mayor parte de la carga –creciente- de la cadena de suministro y, hoy por hoy, no hay alternativa ni tecnológica ni económica a ella. El ferrocarril, el sector marítimo y la carga aérea no pueden asumir más que una pequeña parte de ese volumen, en determinadas condiciones. Y no olvidemos que, también, con su correspondiente cuota de contaminación (que no tendrá igual reflejo con Euroviñeta alguna), si bien en el caso del ferrocarril esa “aportación de CO2” es sensiblemente menor. Por eso sorprende -y mucho- que no se haya abordado una política real que favorezca al ferrocarril y la intermodalidad, ni en España ni en el resto de Europa y las pocas iniciativas que han cuajado lo hayan sido, siempre, gracias al empuje de la iniciativa privada. Los kilómetros y las relaciones ferroviarias útiles para las mercancías decrecen en toda Europa mientras se invierten fortunas en carísimos AVEs que, eso sí, proporcionan un gran rédito electoral.
¿Alguien se ha preguntado qué resultado darían esas inversiones públicas puestas en manos de la investigación en favor de vehículos eléctricos o de intercambiadores modales, por ejemplo?
Hemos asumido una sociedad de consumo y del bienestar a la que la logística ha sabido dar respuesta. Su mayor e inevitable aliado ha sido la carretera por su flexibilidad. Matar al mensajero es la política de la rabieta y la ineptitud, lo que retrata, y de qué modo, a la clase política europea que mientras inaugura aeropuertos fantasma y puertos para cruceros de lujo grita ¡Vade retro! Carretera.

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