Después de 13 ediciones anuales consecutivas –la última acaba de celebrarse-, de haber pasado por épocas de crecimiento batiendo récord tras récord, de ser durante años el gran escaparate profesional y festivo de muchas compañías o sede estable de jornadas de logística de renombre, de ser encumbrado por su capacidad de convocatoria de expositores, visitantes y actos paralelos, o criticado hasta la saciedad por su cambio de sede ferial –de Montjuïc en Plaza de España a Gran Vía en L´Hospitalet- por su ritmo anual o por su “catalanismo”, de pugnar y dejar por el camino a un puñado de competidores –sobre todo en Madrid-, de ser aplaudido por los que van y vilipendiado por los que no van…casi todo el que tiene que ver con la logística en España tiene opinión acerca del SIL, el Salón Internacional de la Logística de Barcelona.
Había expectación este año por saber cómo iban a transitar sus cuatro jornadas en un escenario general muy complicado en lo económico, con bajas notables entre los expositores, ausencias totales de algunos subsectores, con menos metros cuadrados y la incógnita de los visitantes. Y de nuevo SIL no ha dejado indiferente a nadie.
Cifras al margen, tuve ocasión de encontrarme en los pasillos del SIL -apenas a dos horas de su clausura- con Enrique Lacalle, presidente del comité organizador, acompañado de la directora general, Blanca Sorigué. Ante mi pregunta sobre el resultado de esta edición, su respuesta fue tajante y coral: “estamos muy contentos”. Sus semblantes no decían otra cosa.
Entre los expositores había de todo, pero también he de decir que mi experiencia –y la de otros que pude contrastar- dejaba más peso en la balanza positiva que en la negativa. Siempre se podrá decir, desde luego, y no es menos cierto, que si la expectativa es baja es más fácil cumplirla o superarla. De acuerdo.
Finalmente, pero no por ello menos importantes están aquellos que no fueron. Me refiero a los posibles expositores que se pasearon como visitantes para: a) refrendarse por su decisión ó b) enarbolar la bandera de la crítica demoledora hasta la exasperación: “a esto no hay derecho y alguien [se supone que la prensa] debería decirlo”, hemos llegado a oír.
Digámoslo pues, pero pongamos las cosas en su sitio: no ha sido la mejor edición del SIL (la 13 para los supersticiosos) y sí, seguramente, un reflejo de la situación económica que vivimos; ha sido la de menor superficie, con un solo pabellón bastante “recortado”, aunque el número de expositores no haya mermado al ser menor la superficie de cada stand; martes y viernes (casi como en cada edición) el visitante ha sido escaso, mientras miércoles por la mañana y, sobre todo, jueves la afluencia puede calificarse como notable; se han repetido las convocatorias de actos paralelos, muchos y variados, casi todos con un numeroso público; se ha mantenido igualmente el área de exhibición ICIL en formato almacén; y hay expositores, nos consta, que ha hecho negocio.
Con estos mimbres ¿a qué no hay derecho? ¿de qué sirve enfangar la crítica? ¿acaso es obligatorio acudir? ¿Qué tiene más valor, organizar el SIL o no hacerlo? Y todos los que acudimos a él como el acto, cuando menos, más concurrido del sector logístico español ¿no le damos valor con ello? ¿no es, también, escaparate internacional hacia y desde España? ¿a qué o quién sirve la crítica negativa sin paliativos? ¿hacemos sector con ello?
Quizás sean demasiadas preguntas, pero vale la pena responderlas; como también son unas cuantas las asignaturas que SIL tiene pendientes; y merece la pena que las apruebe.
Ya saben, esta feria a nadie deja indiferente.
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