2018. ¿No oís ese pitido? 2019. ¿Cable rojo o cable azul? 2020. Boom.
Antes de darnos cuenta, la bomba estalló en nuestras manos. Alrededor, caos e incertidumbre. Restos de lo que en su momento fue un mecanismo perfecto empezaban a recopilarse como pruebas de un sistema fallido en el que todos los dedos apuntaban a una misma dirección: China.
Sin un juicio de por medio, la cadena de suministro mundial ya había elegido a su culpable: nada más y nada menos que la fábrica del mundo.
El comienzo del fin
Hace un año, la vida de más de 47 millones de españoles colgaba sin saberlo el cartel de ‘cerrado por reformas’. Cientos de cambios esperaban a la vuelta de la esquina de aquel fatídico 14 de marzo. La logística global veía como algunos de sus pronósticos más inverosímiles comenzaban a acercarse, lenta pero decisivamente.
Con China cerrada a cal y canto, la cadena de suministro del comercio mundial empezaba a temblar. ¿Qué haríamos sin nuestros principales proveedores? ¿Quién podría hacerse con el papel del gigante asiático?
Aunque no nos pillaba del todo por sorpresa, de golpe, la globalización que tantos años había tardado en construirse parecía ser el origen de todos nuestros males. Los logísticos comenzaron a desempolvar un vocabulario relegado al olvido ante la política del “bajo coste”.
‘Onshoring, ‘resiliencia’, ‘adaptabilidad’ y ante todo la palabra ‘relocalización’ empezaban a protagonizar conversaciones sectoriales, apuntando a una única lógica: “cuanto más simple y corta, más segura sería la cadena de suministro”.
Entonces, ¿estampida?
Hace unos días la nueva administración de la Casa Blanca volvía a retomar el debate. Joe Biden puso el cronómetro: 100 días para llevar a cabo una revisión radical de los puntos débiles de la cadena de suministro.
Sobre la mesa: el papel de China como proveedor y, en el nuevo panorama, como freno a la llegada de artículos críticos como chips, equipos médicos, baterías de vehículos eléctricos y minerales especializados.
Ahora, en menos de un año, una de las mayores potencias del mundo replantea su cadena de suministro y, como ya se sabe, cuando Estados Unidos estornuda, el mundo se resfría.
Actuar en caliente, pensar en frío
Si bien durante los primeros estadios de la crisis sanitaria Occidente buscaba en países como India el sustituto ideal, los datos lo dejan claro: no podemos renunciar a China.
Una vez se han adaptado a contrarreloj las cadenas de suministro, evitando el desabastecimiento durante la pandemia, hemos sido conscientes de nuestras limitaciones. Ahora, sin apuntar a culpables, es el momento de pensar en frío y valorar, con los ojos puestos en la estabilidad de la logística global, cuál debe ser el sistema del futuro.
Sin lugar a dudas, la estrategia parece clara. Las inversiones destinadas a la relocalización y regionalización de los proveedores ganarán peso ante un nuevo panorama donde, si bien no se podrá evitar la dependencia hacia el continente asiático, este acabará pagando parte de la factura del inolvidable, y no por los motivos deseados, 2020.