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¿Privacidad? ¿Para qué?

Siempre se ha dicho que la información es poder. Esta máxima cobra especial relevancia en este mundo hiperconectado que nos ha tocado vivir. Si algo caracteriza a la sociedad actual es la ingente cantidad de datos nuestros que, a diario, circula por la red.  Lo que los expertos llaman la huella digital.

La tecnología actual permite conocer nuestros hábitos de compra, alimenticios, de ocio, qué películas vemos en las plataformas de pago, nuestros recorridos en automóvil, saber qué compramos, por dónde nos movemos, qué programas de televisión vemos en las plataformas de pago, qué libros leemos, qué rutas recorremos con nuestros automóviles, cuáles son nuestras preferencias políticas…

La tecnología se está sofisticando hasta un punto en el que pocos aspectos de nuestra vida quedan fuera del alcance del Gran Hermano orwelliano. Esta tendencia se correlaciona también con el cambio en los hábitos de comunicación y la sobreexposición de nuestra vida personal en las redes sociales donde compartimos instantes, imágenes y sentimientos, en muchos casos sin saber realmente quién tiene acceso a estos contenidos.

Es más, siguiendo con 1984, ya se nos anuncia el Ministerio de la Verdad: las redes sociales tendrán sus propios controladores para decidir qué es verdad y qué no es verdad, qué puede ser publicado y qué no puede ser publicado en ellas.

Toda la información que circula sobre nosotros y alguien se encarga de recopilar y vender a los diferentes actores económicos para recomendarme un libro en línea con mis compras habituales, un hotel en una ciudad extranjera que visité hace años  pero que no creo que vuelva más y cuyas ofertas me asaltan en cualquier página a la que accedo, una carretilla contrapesada cuyo modelo busqué hace meses para un cliente… y así tantas  y tantas ocasiones que demuestran cuán expuestos están nuestros actos a la mirada ajena.  

Con este panorama, parece difícil alcanzar un equilibrio entre privacidad y exposición. No me importa que el marketplace donde adquiero habitualmente los toners para la impresora conozca el modelo que siempre compro y me ahorre la búsqueda cuando necesite reponerlo. Tampoco me importaría que el super me repusiera los bricks de leche cuando el frigorífico inteligente detectase que no quedan más  o que la Smart TV me recuerde que mi serie preferida comienza en media hora.

Por supuesto, estas tecnologías disruptivas  se desarrollan con un fin legítimo: facilitarnos la vida y conseguir una excelente experiencia de usuario en nuestra interacción con el mundo exterior. Algoritmos, inteligencia artificial, machine learning, big data, IoT, constituyen herramientas maravillosas que, sin duda, conseguirán avances asombrosos en ciencias experimentales, ingeniería, medicina o salud.  

Black Mirror

Sin embargo, pueden llegar a tener su, llamémosle así, lado oscuro.  A veces pienso si caminamos inexorablemente hacia un futuro distópico como el  que nos plantea esa serie tan turbadora como interesante llamada Black Mirror,con  una sociedad alienada como la que contemplamos en Wall-E, excelente producción de animación de los estudios Pixar  del año 2008.

Quiero creer que seremos capaces de conjugar una sociedad hipercomunicada e hipertecnificada con los valores éticos y morales que han sido los cimientos del bienestar y el progreso social, manteniendo a salvo ciertos espacios de intimidad personal  sin tecnologías invasivas y que, en última instancia, la libertad individual y nuestra conciencia sean las que decidan sin que el Gran Hermano lo haga por nosotros.   Y esto solo será posible a medio y largo plazo si sembramos y cuidamos en nuestros hijos y en nuestros alumnos la semilla de la curiosidad, del ansia por saber, por conocer, por alimentar la duda intelectual y, en suma, por vivir la vida apasionadamente.

¡Queda mucho por hacer!

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