Si bien Reino Unido ha conseguido el poder para divergir de las reglas de la Unión Europea, la nueva relación será de renegociación constante.
Si bien el consenso alcanzado en Nochebuena, a siete días de finalizar el periodo de transición del Brexit, ofrece a la Unión Europea y Reino Unido un comercio libre de aranceles y cuotas, siempre que las exportaciones cumplan con “las reglas de origen apropiadas”, el Gobierno Británico no ha logrado reducir la necesidad de nuevos controles tras su salida de la institución, con la burocracia pertinente.
Aunque el acuerdo esclarece el papel de sectores tan prioritarios para el comercio como es el transporte, para el cual prevé una “conectividad aérea, por carretera, ferroviaria y marítima continua y sostenible”, así como medidas para garantizar que los “derechos y la seguridad de sus trabajadores no se vean socavados”, lo cierto es que el trato se ha centrado en otros menesteres.
Y es que el Gobierno priorizó explícitamente recuperar la capacidad de establecer sus propias leyes sobre la retención de los beneficios económicos de la pertenencia a la UE. En contra de esta métrica, las negociaciones pueden considerarse un éxito parcial. Reino Unido rechazó con éxito las demandas de la UE de seguir sus reglas con respecto a los subsidios, ahora y para siempre, de mantener reglas ambientales y laborales específicas y de involucrar al tribunal de justicia europeo en los conflictos comerciales.
Pero no evitó adherirse a una condicionalidad estricta. Gran Bretaña ahora tiene la capacidad de divergir de las reglas de la UE en el futuro, pero hacerlo podría llevar a perder los beneficios del acuerdo comercial y a la reimposición de aranceles, por ejemplo. Libertad, pero limitada.
Los negociadores británicos no lograron convencer a la UE de que redujera la frecuencia de los controles fronterizos de los productos alimenticios importados del Reino Unido (como langostinos y cordero); no garantizó que las cualificaciones profesionales del Reino Unido fueran reconocidas en toda la UE; no incluyó disposiciones que permitieran a los centros de pruebas del Reino Unido continuar certificando productos para el mercado de la UE; y no logró ganar el argumento a favor de permitir que las partes extranjeras importadas (como componentes de automóviles) de Japón y otros lugares contaran para los umbrales de las reglas de origen del acuerdo, que determinan si un producto puede comercializarse libre de aranceles o no.
Esto no quiere decir que el Reino Unido no haya obtenido nada de lo que quería. La UE acordó facilitar que los vehículos eléctricos y las baterías califiquen para el comercio libre de aranceles, por ejemplo. Pero las concesiones no son tan generosas como le hubiera gustado al Reino Unido, y son solo temporales.
Este acuerdo comercial tampoco es el final de la historia. Marca solo el comienzo de la nueva relación del Reino Unido con la UE e inevitablemente evolucionará con el tiempo.